Descripción del curso
Mucho se ha hablado de la inclusión como un objetivo de la reforma educativa nacional en tanto su pretensión de garantizar el derecho a todas las niñas, niños y jóvenes a una educación de calidad en igualdad de oportunidades y con un claro enfoque en la equidad.
La inclusión real es aún un sueño, un esperado final feliz para todos esos alumnos que ejercieron su derecho a graduarse, pero no su derecho a participar y a aprender en las escuelas. Son aquellos que ingresaron con una característica que se tomó como desventaja en un sistema construido a partir de jerarquías y distinciones: su género, sus características biológicas o el fenotipo que presentan, su etnia, nivel económico, religión o cultura, todos pueden ser motivos para convertirse en “el otro”.
Un niño con discapacidad es visto, la mayoría de los casos, como un problema. Con frecuencia he visto maestros que relegan, sobreprotegen y tienen muy bajas expectativas de ellos, por lo que la atención se descarga en los especialistas, quienes, en algunos casos, insisten que la tarea de educarlos es del profesor de grupo. Sin embargo, aún con especialistas, los alumnos no aprenden más; por un lado, el sistema no brinda muchas veces los espacios, materiales y personal adecuado; por otro, muchas veces se proyectan bajas expectativas sobre los alumnos, generando una condescendencia que se expande o proviene de la familia, y se refuerza en las aulas y en la sociedad misma.
Como docentes, como individuos y como grupos sociales, aún nos rehusamos a ser incluyentes. ¿Qué pueden hacer los profesores para serlo? En principio, habría que desmontar la noción de discapacidad para darnos una oportunidad de aprender y de enseñar a partir de las fortalezas de los alumnos, trabajar sobre la potencialidad y no sobre las carencias. Mirar que las barreras para el aprendizaje y la participación se dan en la interacción y no es el niño el que las presenta, sino son los contextos las que se las imponen.
El proceso de cambio debe surgir desde la escuela misma contemplando a cada alumno como un ser único, irrepetible y diferente que tiene derecho a que el sistema educativo nacional le garantice el acceso, la permanencia, la participación y el aprendizaje partiendo desde la equidad. Como capacitadores, es posible la inclusión en el aula con compromiso, haciendo lo que a los niños les gusta hacer, considerando a cada niño como una historia, una oportunidad para ser mejor.